sábado, 9 de agosto de 2008

Caja 1365

Mudanza, día 6, 16'30h.

Miro la caja 1365. Ella me mira a mi. Leo en su superficie, escrito en indeleble verde, con mi letra (inconfundible): "Bicho. Lápices. Muuuy frágil".

Todo tiene su explicación. Hay a quien le gustan los toros. A mi me gustan los libros, Klimt, el cine no comercial, el chocolate y las papelerías (entre otros millones de cosas insustanciales). Por tanto, que mis millones de lápices sobrevivan a una mudanza intactos, es algo trascendental en mi vida.

Cojo una tijera. Rompo el precinto de la caja (también puesto por mi y que lo convierte casi en un artificio blindado). Saco un puñado de lápices, sus correspondientes botes, rotuladores, más lápices, más botes, más lápices, más lápices... y ahí, en el fondo, tristes, abandonados a su suerte, olvidados en algún lugar de mi memoria: Los libros perdidos!

La felicidad me embarga. Se disipan mis preocupaciones. Acaricio las portadas, como quien tiene un juguete nuevo. Releo uno de los títulos: "¿Qué es un tratamiento psicológico?". Ainsss, pienso, hasta los reencuentros más esperados tienen su parte mala: ahora no tengo excusas, debo volver al estudio!

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