Nadie te vio caer desde aquel edificio en llamas, apretando los ojos contra el vacío; soñando con que aquel golpe fuese, por fin, el último.
Nadie te vio lamerte las heridas y mirar a tu alrededor buscando explicaciones.
Cuando se acercaron a extinguir tu incendio, ya andabas de nuevo con el lomo erizado, tu vida rabiosa en los ojos y el colmillo al aire.
Nadie te vio como yo, sentarte junto a las ruinas de tu amor propio, tan rota por dentro.
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