lunes, 24 de agosto de 2009

Sangre

Nadie ama la sangre. No al menos de una manera sana y natural. En mi vida, siendo franco y un poco ruin, debo reconocer que sobran las expresiones de afecto motivadas por la pura consanguinidad. No las acepto y espero no caer en la tentación nunca.

No las expreso y no me las creo. No puedo querer y respetar a alguien cuya razón de ser es sublevar y zaherir a las personas que le rodean; aunque comparta mi sangre, aunque seamos, miembros de la misma familia. Y me dan igual tíos, primos o abuelos. El cariño no nos acompaña como un gen más al nacer. El cariño se gana día a día, se cultiva, se mima, se pelea por él. El sentimiento de pertenencia que acompaña a las familias, la integración, no existe en el vacío, no se produce taxativamente; precisa de un contexto, de un esfuerzo continuo y desinteresado.

Así que no, conmigo no os equivoquéis, no creáis que todo está consentido y perdonado. O que simplemente "no hay nada que perdonar", porque seamos miembros de la misma familia. Las cosas serán así en vuestro mundo hipócrita y desleal. Pero no en el mío. Y no voy a traicionarme de nuevo, no a vuestra costa, ni en deshonor a mi memoria.

Siendo así, para mi no existís. Ahora es tarde para las segundas oportunidades; y lo que no habéis sido capaces de solucionar hasta este momento, no cometáis la estupidez de intentar remediarlo ahora.

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