jueves, 13 de noviembre de 2008

El dolor del dolor


Cuánto duele el dolor ajeno. Cuánto tiempo, resistiríamos viendo sufrir a un ser querido, sin poder hacer nada, sin perder la fe.

¿Se puede obligar a alguien a sobrevivir, a luchar, a sufrir, sufrir y sufrir?

No sé si merece la pena vivir a toda costa; mientras los años pasan y el dolor persiste, se reproduce, aumenta... ¿dónde está el límite? ¿cuándo se nos permite tirar la toalla?

Quizás sea mejor vivir un sólo año, un par de meses, un instante de felicidad plena, que toda una vida encarcelada en una espiral de medicamentos y hospitales.

Pienso en ella, claro. Pienso en sus muchos años de sufrimiento. Pienso en todo el dolor que habrá vivido su familia, en la tristeza, el cansancio, la impotencia que deben reflejar sus ojos, para decir: "basta. Márchate, pero márchate feliz. Dedica tus últimas fuerzas a sonreír, a hacer aquello con lo que siempre soñaste. No luches para seguir aferrada a este dolor." Las circunstancias que te empujan a liberar el dolor ajeno y hacerlo propio. Toda la tristeza y la ausencia que les quedará, a cambio de una vida y una muerte, digna, libre, feliz, al fin.

Y lo comprendo. Por escandaloso o irracional que pueda parecer, lo comprendo. Siendo sincera; yo haría lo mismo.

Ojalá, lo que espera de la vida, le sea dado en sus últimos momentos. Ojalá, sus días pasen sin hacerle más daño, sin agregar más dolor al dolor.

Comparto epitafio con Antonio Gala: Murió vivo.
No entiendo otra manera de hacerlo.

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