Mondo conocía a muchas personas, aquí, en esta ciudad, pero no tenía tantos amigos. Le gustaba encontrarse con aquellos que tienen una atractiva mirada brillante y que sonríen cuando se encuentran con uno, como si estuvieran contentos de vernos. Entonces, Mondo se paraba, les hablaba un poco, les hacía algunas preguntas, acerca del mar, el cielo o los pájaros, y cuando se iban estaban cambiados. Mondo no les preguntaba cosas muy difíciles, pero eras cosas que habían olvidado, cosas en las que habían dejado de pensar desde hacía muchos años, como por ejemplo, por qué las botellas son verdes o porqué hay estrellas fugaces. Eran como si hubieran esperado mucho tiempo una palabra, unos simples vocablos como éstos, así, en alguna esquina, y Mondo sabía decir esas palabras.
Eran preguntas también. La mayoría de las personas no saben hacer buenas preguntas. Mondo sabía preguntas, en el momento justo, cuando nadie se lo esperaba. La gente paraba unos segundos, dejaba de pensar en sí misma y en sus asuntos, reflexionaba y los ojos se le nublaban, porque recordaba haber preguntado eso alguna vez.
(Mondo y otras historias, J.M.G. Le Clézio)
*/ Todas esas preguntas en el tintero. Turbulencias. Quiero volverme transparente, simple.
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