El calor sofocante se ha diluido con la llegada de la oscuridad. Junto a la ventana las palmeras oscilan con una cadencia lenta, como una bandera a media asta. A veces suena una moto lejana, el llorar de los semáforos, algún grillo torpe. La noche ha traído la calma. Observo la ciudad adormecida, espero.
La gente se siente feliz en mitad de esta nada. Cuentan estrellas, remueven sus copas, reaprenden a caminar descalzos. La gente adora esta calma. Esta calma espesa y falsa que no soluciona nada y posterga, un día tras otro, las preocupaciones de siempre. Esta calma entrando a codazos bajo mis cotillas, dilatando el espacio en el que me asaltan los imposibles.
Odio esta calma, en la que los minutos se hacen eternos y cada pensamiento se quiebra sobre si mismo sin final. Odio esta calma, que me permite darte vueltas mientras tus preguntas apisonan la estancia. Esta calma que espera, espera, espera, como yo, sin que nada ocurra.
La gente se siente feliz en mitad de esta nada. Cuentan estrellas, remueven sus copas, reaprenden a caminar descalzos. La gente adora esta calma. Esta calma espesa y falsa que no soluciona nada y posterga, un día tras otro, las preocupaciones de siempre. Esta calma entrando a codazos bajo mis cotillas, dilatando el espacio en el que me asaltan los imposibles.
Odio esta calma, en la que los minutos se hacen eternos y cada pensamiento se quiebra sobre si mismo sin final. Odio esta calma, que me permite darte vueltas mientras tus preguntas apisonan la estancia. Esta calma que espera, espera, espera, como yo, sin que nada ocurra.
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