jueves, 14 de mayo de 2009

Los tortolitos


Cada tarde, en clase, es el mismo espectáculo:

Él la mira con su mejor sonrisa (esa que debe ensayar cada día en el espejo); y le acaricia la pierna; pone luego ojitos de cordero y finge rubor. Sus morritos saltan. Ella le mira, por encima de las gafas, con la cabeza ligeramente ladeada. Se cogen de la mano y se frotan como si tuvieran que hacer fuego a partir de la fricción de sus cuerpos.

Yo reprimo mis arcadas; también mis ganas de morirme allí mismo, en el acto. Son repugnantemente obscenos. Vuelvo la cara con un gesto de desagrado. Los compañeros a mi alrededor se ríen de mis muecas.

Más besitos, más arrumacos, se abrazan por debajo de la mesa, se hacen consquillitas en la espalda, apoyan la cabeza el uno en el hombro del otro. Se apartan el pelo de la cara, se acarician las mejillas. Cuando los profesores no miran, vuelven con más besitos, más guiños, más miraditas insinuantes... más cosquillas, más caricias, más besitos!

¿No piensan dejar nada para la intimidad de su casa? ¿Pretenden mancillar todas la horas docentes de mi vida?

Un aire denso va invadiendo el aula. Los osos amorosos son unos simples aficionados a su lado, unos principiantes en tecnicolor...
Veo caer la miel por las paredes del aula, como en una versión pastelera de "El resplandor". Si fuese diabética habría muerto en el acto al observar tal despliegue de edulcorante. Oigo los corazoncitos flotar en el aire y explotar, como si de pompas de jabón se trataran.

Comienzo a apretar la soga imaginaria alrededor de mi cuello. Quiero morir o matar. Gritar: ¡¡Parad ya, malditos cursis exhibicionistas!! Y soterrarlos bajo toneladas de algodón de azúcar.

Besitos, miradas, guiños, caricias, más arrumacos, más besitos, más mimos, más, más, más. La densidad del ambiente es insoportable. La ñoñería bate todos los records.

Miro a mi compañero de mesa (y de penurias) con un terrorífico gesto de dolor. Siento su compasión extenderse por el aire. Termina de apretar mi soga. Mientras llega mi merecido descanso, desenfunda un arma imaginaria, amenaza con acabar con los tortolitos. Es sólo un amago. Sabemos que son indestructibles. Finalmente oscila su pistola invisible en el aire, sonríe y me dice adiós con la mano.

Nos hemos rendido, los tortolitos han sobrevivido un día más.


Y así todos los días. Tan desagradables, tan obstinadamente enamorados y exhibicionistas. Necesito que alguien acabe con ellos.

3 comentarios:

Laura dijo...

RECOMENDACIÓN: gentes enamoradas, que os querais no está mal, pero todo tiene un límite, hasta algo tan bonito puede resultar ridículo según dónde y cómo se exprese... que no podeis pasar 2 segundos sin tocaros o sin miraros (sobre todo en primavera)... en fin, seguro que hasta hace un mes no érais conscientes de la existencia el uno del el otro y en un futuro (si la estadística os juega una mala pasada) querreis que os separen kilómetros de alambradas con pinchos.
¡Y todo esto sólo para decir que estoy de acuerdo contigo! Hay veces que podemos llegar a ser tan ridículos (me incluyo, que seguro que alguien ha pensado lo que tu comentas de mí alguna vez). Nunca en clase eso sí... pero si los parques hablasen, jijiji.

Cecilia dijo...

Ayyyy.... ayer yo en la biblioteca intentando concentrarme con mi portátil, y una parejita enfrente, puaaaaaaaaaaaaagggggggggggggggggg................ y cuando él le dijo a ella, "cuqui, mira"...

¿¿CUQUI??

Insoportables...

Bicho dijo...

Creedme, el grado de empalague de estos dos, supera cualquier barrera emocional, por alta que pueda ser... Son tan insufribles...

En fin, paciecia a vosotras también con tanto tortolito.

BesoSsS!