martes, 9 de agosto de 2011

De fuego


La cúpula anaranjada caía de nuevo sobre la ciudad y los edificios lánguidos y arrepentidos se derretían a su paso. Ella observaba la catástrofe sin detener su paso; veía el gran cielo rojizo, como una lengua de fuego consumirlo todo, pero sólo lograba acercarse más y más al peligro.

Con los ojos turbios y las manos cortadas de desencanto se dejó absorber por el desastre. Recorrió el horizonte con un suspiro pesado e inquieto. La autodestrucción, como la lluvia, es sólo un fenómeno del alma. Dio un par de pasos más y se sintió derrotada; recordó todos los poemas que había aprendido, aquellos que usaban las palabras que nunca se atrevió a pronunciar; pensó en los sueños que dejó de tejer; en las emociones que abandonó en cualquier estante... y se sintió desnuda y torpe y exhausta. Fulanitadetal, especialista en reconstruirse, en darse cuerda a solas, dejó salir una mueca trágica de su rostro. Meneó la cabeza tratando de apartar la maraña de ideas como si se tratasen de un puñado de moscas. Estoy cansada de pelear tanto, se dijo. Como una niña pequeña, se sentó en el suelo, se atusó la falda y espero que alguien viniera a rescatarla de sus temores. Soy frágil y estoy perdida. Volvió a recorrer con la mirada la ciudad en llamas y dispuesta a darse una última tregua, se dejó atrapar por el alivio de los escombros.


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