sábado, 20 de noviembre de 2010

Prejuicios

Estoy cargada de prejuicios. Lo he meditado profundamente mientras esperaba el tren. Son detalles estúpidos, sin sentido, pero no puedo evitar mirar con recelo a ciertas personas.

Desconfío, por ejemplo, de todo el que huele a mandarina en el tren, de los que comen pipas y de los que hablan por teléfono en un tono lo suficientemente alto como para que todo el mundo les oiga.

Tampoco me son simpáticos todos esos que no entienden que hay que dejar salir antes de entrar, ni los que creen tener menos tiempo y más prisa que el resto de mortales y te arrancan la cadera al pasar a tu lado y no se disculpan.

No me gustan los padres que gritan más que sus hijos, ni las madres que visten como si fueran más jóvenes que sus hijas.

No sé qué les parecerá a ellos todo esto; pero yo desde luego tengo un serio problema.

1 comentario:

Guarismo dijo...

Bueno, ya sabemos, lo comprobamos día a día, que la educación se ha perdido. Ya no somos (en general) lo que fuimos. Creo que cada día, y de forma alarmante, cada vez a la gente le importamos menos, o nos importamos menos... Sólo yo soy lo que vale, los demás me importan muy poco. Yo, yo, yo... Que empujo, no importa, que se aguanten; que dejo el coche en segunda fila, que se joda el que espera; que paso el primero, que esperen los demás; que cuento mis cosas a voz en grito por teléfono, me importan un bledo los que me escuchan; que no cedo el asiento, que se aguante esa señora vieja; que huelo mal porque no me duché y no uso desodorante, que se tapen la nariz esos desgraciados... ¡En fin! Los demás son meros imbéciles que forman multitud y me traen al pairo. Sólo importo yo.

Lamentablemente, vamos por este camino.

Un abrazo, niña,

Miguel