Me dejas con la miel en los labios. Con ganas de más, odiándote un poco menos.
Me dejas y entiendo que ese es el premio: hay algo en ti dulce y denso como la miel y también hay espera e incertidumbre y el repiqueteo constante del reloj.
Y voy por la ciudad dando vueltas como un loco o como un perro. Con una sed inagotable de ti, buscando un rincón para la tregua.
Me dejas y el deseo dibuja tu sombra en todas las paredes.
Me dejas y la miel adquiere el sabor de tu sangre, lentamente coagulada, inmóvil, esperando que vuelvas a posarte en cualquier latido.
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