Tamara Lempicka
El frío que sucede por las habitaciones,
el que pasa de largo sin saber lo que cuesta
protegerse del frío,
también el parecido a una tarde de brisa
junto al mar o en la grieta
que a veces permanece después de los veranos.
El frío que supone un golpe seco,
una dificultad para llenar de aire
el pecho y la esperanza.
Y también el temor a que no se arrepienta
de haber llamado hoy para quedar mañana,
ese frío que sabe recorrer los rincones
en torno a los momentos que prefieren
una inmortalidad al abandono.
Es el frío por tanto una divisa
que especula con cuerpos e ilusiones.
Un frío extraño queda después de los poemas,
un frío extraño vuelve por las fotografías,
un frío amarillento que resume
la ausencia en un baúl.
De cristal o de nieve,
de escarcha o desamparo,
el frío sobrevive y permanece.
De fuente, de misterio, de banderas,
de temor negociable, de la lluvia,
de mar o de principio,
de gris melancolía,
de triste arrodillarse por costumbre,
de lunas con bocados o lamentos,
en fin, sin más pronósticos,
de exacta soledad.
Pero de nada sirve
el frío más difícil del invierno
si en un rincón del frío tú me miras.
Para más información: Fernando Valverde
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