No basta con rociar las calles de azúcar. Pueden regalar piruletas en todas las esquinas, pero el asfalto, como la realidad, sigue bajo nuestros pies, deseando que la gravedad nos haga caer. Todos resbalamos alguna vez en la misma acera. Yo nunca me hice un arañazo en las rodillas, ni siquiera me torcí un tobillo; pero allí, en el mismo bordillo se me rompieron un par de esperanzas. Creo que las dejé pisoteadas sin darme cuenta; tal vez escaparon de un bolsillo y cayeron como mi juego de llaves, a una alcantarilla. Y no fue más dulce o menos trágico, a pesar de los baños de azúcar.
Me quedé en la calle, sin nada que hacer, con nada más que decirte, ya nos veremos, hasta pronto y aunque me hubiese llenado toda la boca de almíbar, aún estaría saboreando el desencanto.
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