Este aspecto tenía mi casita cuando llegué del cole (que por cierto, era calcadito a una postal navideña).
Y es que después de algunos años viviendo en Madrid y esperando pacientemente una nevada, por fin la ciudad se ha cubierto de blanco. El único problema es que yo soy de esos idiotas que hoy han madrugado mucho y no han podido escaquearse del curro alegando colapso en las carreteras y en los servicios de transporte público. Y eso tiene sus consecuencias; que básicamente se resumen en quedarse atrapados durante varias horas en alguna estación de Renfe, alejados de la civilización y esperando a que los siempre eficaces operarios del cercanías (nótese aquí la ironía), se decidan a explicarte adónde demonios va el tren en el que tú y otros doscientos cincuenta suicidas os habéis subido y acoplado cuál sardinillas en lata.
Así que nada, después de andar un rato bajo la intensa nevada (a lo mejor no es tan intensa, pero como yo soy del sur, con cuatro copos ya considero que es una nevada de proporciones descomunales), de estar a punto de resbalar y abrirme la cabeza quince veces, de quedarme congeladita como un Calippo de 1'70 y de cambiar de tren tantas veces que perdí la cuenta... Al fin he llegado a casa.
Lo mejor de todo (además de eso de hacer el idiota en la nieve, que mola mucho tengas la edad que tengas), es que hoy he aprendido valiosas lecciones, que me serán de utilidad a lo largo de la vida:
1) La gente es más amable con la nieve. Si pierdes toda la mañana en un tren intentando volver a casa...¡No pasa nada tío, está nevando!
2) No es nieve todo lo que reluce.
Y esta última es especialmente importante:
3) Cuando nieva, NO SE VA A CLASE. Da igual si tienes un examen en convocatoria de gracia o si debes entregar un trabajo del que depende tu vida. Los profesores son los primeros que tienen clara esta regla; aunque no la fomenten abiertamente, por aquello de guardar las apariencias
Y ahora, voy a seguir disfrutando del frío.
P.D.- Os dejo una foto mía, "jugando" en la nieve, cortesía de Señor Calamar. ®
Y es que después de algunos años viviendo en Madrid y esperando pacientemente una nevada, por fin la ciudad se ha cubierto de blanco. El único problema es que yo soy de esos idiotas que hoy han madrugado mucho y no han podido escaquearse del curro alegando colapso en las carreteras y en los servicios de transporte público. Y eso tiene sus consecuencias; que básicamente se resumen en quedarse atrapados durante varias horas en alguna estación de Renfe, alejados de la civilización y esperando a que los siempre eficaces operarios del cercanías (nótese aquí la ironía), se decidan a explicarte adónde demonios va el tren en el que tú y otros doscientos cincuenta suicidas os habéis subido y acoplado cuál sardinillas en lata.
Así que nada, después de andar un rato bajo la intensa nevada (a lo mejor no es tan intensa, pero como yo soy del sur, con cuatro copos ya considero que es una nevada de proporciones descomunales), de estar a punto de resbalar y abrirme la cabeza quince veces, de quedarme congeladita como un Calippo de 1'70 y de cambiar de tren tantas veces que perdí la cuenta... Al fin he llegado a casa.
Lo mejor de todo (además de eso de hacer el idiota en la nieve, que mola mucho tengas la edad que tengas), es que hoy he aprendido valiosas lecciones, que me serán de utilidad a lo largo de la vida:
1) La gente es más amable con la nieve. Si pierdes toda la mañana en un tren intentando volver a casa...¡No pasa nada tío, está nevando!
2) No es nieve todo lo que reluce.
Y esta última es especialmente importante:
3) Cuando nieva, NO SE VA A CLASE. Da igual si tienes un examen en convocatoria de gracia o si debes entregar un trabajo del que depende tu vida. Los profesores son los primeros que tienen clara esta regla; aunque no la fomenten abiertamente, por aquello de guardar las apariencias
Y ahora, voy a seguir disfrutando del frío.
P.D.- Os dejo una foto mía, "jugando" en la nieve, cortesía de Señor Calamar. ®
2 comentarios:
No es nieve todo lo que reluce, no. Que después viene el hielo y la suciedad, que no reluce. Una pena.
Suerte tuviste en llegar... yo tardé tres horas en hacerlo, tras atravesar el coche cuatro veces en la calzada, casi estampanarme contra los coches vecinos y tener que pedir ayuda a unos chavales para que me empujaran... En apenas media hora, la nieve era hielo y la carretera una pista de patinaje, y no artístico precisamente...
El Señor Calamar también tuvo que enfrentarse a una epopeya similar a la tuya, Guarismo.
Pero todos llegamos sanos y salvos, que era lo importante, ¿no?
Un besote!
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