Entonces llovió por dentro de las ventanas. Una lluvia lenta, espesa, imperturbable.
Llovió abriendo las costuras, agrietando diques, derribando muros.
La lluvia silenciosa y grotesca que se instala por rutina y disuelve los huesos.
Gota a gota, una lluvia derritiendo las montañas, convirtiendo en polvo los glaciares. Estábamos lloviendo a mares y a océanos y a huracanes. El agujero negro de los diluvios, absorbiendo todo lo que pudimos haber sido.
Llovió desgarrando las venas, inundando los pulmones, ahogando el aire.
La lluvia apátrida de los perdedores.
Y entonces, nadie soñó con soles ni arcoiris, ni muchachas con flores en el pelo. La lluvia caló tan hondo, que ya sólo aspirábamos al lodo.
IMAGEN vía Random International.