Lo malo de jugar con ventaja es que bajas la guardia. Te acostumbras a moverte en un intervalo de confort, en el que te sabes ganador y crees que tus apuestas son seguras.
Eres el rey del doble o nada.
Pero nos guste o no, la realidad acaba por pasar factura en algún momento. La banca gana: y eres uno más de esos perdedores a los que antes mirabas por encima del hombro.
Para ser un buen jugador, hay que conocer los límites de nuestra ventaja. Para ser buen amigo hay que decir me planto antes de rozar esos límites.
Me he descubierto jugando una partida con las cartas marcadas. A punto de lanzar faroles, desafíos y victorias inmerecidas, abandono la partida. Me retiro, no por el miedo a la derrota, sino ante la culpa de haber disfrutado alguna derrota ajena.
Eres el rey del doble o nada.
Pero nos guste o no, la realidad acaba por pasar factura en algún momento. La banca gana: y eres uno más de esos perdedores a los que antes mirabas por encima del hombro.
Para ser un buen jugador, hay que conocer los límites de nuestra ventaja. Para ser buen amigo hay que decir me planto antes de rozar esos límites.
Me he descubierto jugando una partida con las cartas marcadas. A punto de lanzar faroles, desafíos y victorias inmerecidas, abandono la partida. Me retiro, no por el miedo a la derrota, sino ante la culpa de haber disfrutado alguna derrota ajena.
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