Hoy he tenido un
día de perros,y cuando digo un día de perros significa que
de mi lista negra, hoy sólo se han salvado, los perros: por mi parte la especie humana podría haberse extinguido hace unas cuantas horas.
El
Myolastan me ha tenido hecha una
completa imbécila durante dos meses, pero justo anoche no quería hacer efecto y me tuvo sin dormir hasta las 4'30 am. No hubiese tenido la menor importancia de no ser porque hoy tenía
dos exámenes. (Yuujuuuu, fiesta padre!). Eso quiere decir que desde las 7'30 de la mañana hasta las 17'30 he estado destilando tensión por todos los poros de mi piel. De los exámenes mejor ni hablo. Y de la amabilidad que tienen los nativos de esta maravillosa tierra en que me exilio, para mandarte de conserjería, a secretaría y de secretaría a la oficina del prácticum y de la oficina del prácticum a tom_r por c_lo (rellene usted mismo los huecos, yo no lo he hecho porque no quiero resultar soez, así de golpe), tampoco diré nada, porque la Facultad es ya mi segundo hogar, quiero decir, que es el espacio en el que, físicamente, paso más horas al año, aunque no lo parezca.
Pero después de mi maravillosa mañana, el
Señor Calamar (recordemos que sólo llevaba tres horitas de sueño en el cuerpo, porque es un factor importante en la trama de exterminio global)con muy buena intención, ha querido llevarme de compras. Pero juro que de no ser por su paciencia infinita y su carácter conciliador yo hoy me habría liado a plomillazos con medio Madrid. Y se lo habrían merecido, por maleducados, coño!
Hemos entrado en dos tiendas, a la tercera no hemos llegado porque, como ya he dicho, antes de
"interactuar" con otro humanoide, hubiese preferido la muerte.
En la primera tienda había 1200 niños berreando y utilizando los juguetes de la tienda (a poder ser lo más cerca de tu cara, o directamente quitándotelo de tus inocentes manitas), con 1 ó 2 madres
coñonas, que le han declarado la guerra abierta a mi idolatrada
"Supernanny", convirtiendo a criaturas de 6 ó 7 años en maquiavélicos consumistas sin un ápice de compasión, es decir, unos verdaderos
M-A-L-E-D-U-C-A-D-O-S (lo escribo así con mayúculas, negritas y su interespacio y toda la leche materna, por si a alguna de ellas les da ganas de pasarse por aquí y después buscar la palabreja en el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para que no se me líen con su última neurona churruscada dedicada al marujeo y lo encuentren sin problemas, porque a lo mejor es que no conocen el significado, o es que les trae sin cuidado el que sus hijos vayan convirtiéndose en unas malas bestias). También había 3 ó 4 dependientas sin ganas de trabajar (cosa que visto el panorama, entiendo perfectamente, de hecho, he llegado a pensar que les dan
Tranxilium o Lexatin o algo similar al entrar en la tienda, para que aguanten sin suicidarse, al menos, media jornada).Un
"amable señor",muy cortesmente y con toda esa verbigracia de la
España Cañí, de hecho, creo que sobrepasado por el dulzor y la candidez de la estampa general, ha decidido interrumpirme,al menos 3 veces, cuando
intentaba "no-comprar" un "no-juguete" que una "no-dependienta" quería "no-venderme". Lo de las negaciones, sólo lo entederán aquellos extraños seres que en un acceso de locura hayan intentado comprar algo en una de esas exquisitas no-jugueterías, llenas de no-gente muy no-educada, que barruntan todo el no-centro de Madrid; y en las que te tratan con toda la no-educación que pueden ofrecer unas auténticas no-profesionales del negocio.
Traduzco para la gente que viva en una ciudad normal: vas a gastarte pasta en su local y te tratan como si le hubieses pegado un tiro a su marido y quemado la casa con el cadaver del difunto y sus cinco hijos dentro.
Me voy de la tienda, echando chispas y dándole las gracias a la no-dependienta que no-meatendió y al
meapilas grosero que se empeñó en interrumpirme 3 veces.
Por si todavía no iba suficientemente calentita, entramos en otra juguetería. Más de lo mismo, pero esta vez con una no-dependienta de 50 años
(mamádependienta), que enviaba a sus no-dependientas subordinadas a rastrearnos como si de verdaderos sabuesos se trataran, ya sabéis, por aquello de que es
taaaan fácil meterse un "Excalextrix" y dos muñecas chochonas bajo la camiseta de tirantes y salir de allí haciendo un "simpa." Así de absurdos deben ser sus pensamientos (si los tienen, cosa que yo ya cuestiono). El caso es que el
Señor Calamar, trasteando por allí tocó una caja que estaba mal puesta y dos paquetes de tizas de colores, fueron al suelo.
El señor Calamar es un bendito pero también es un patoso de cuidado. Y yo lo reconozco, pero en una juguetería, en la que todo está al alcance de
niños ávidos de romper, las cosas "frágiles" quizás debieran ponerlas en otro sitio.
Entoces, la
mamádependienta exclamó desde el trono de su caja registradora:
- Ea, 10 tizas menos.
Y en mi cabeza, resonaron nítidamente, las coordenadas exactas (latitud, altitud y longitud señalando hacia la misma persona)de dónde deberían haber estado esas tizas treinta segundos antes. Hasta ahí podíamos llegar,
a mi Señor Calamar no me lo toca nadie.YO: Coge las tizas.
ÉL: ¿Éstas? Mejor coge las de detrás, que éstas las ha sobado todo el mundo.
A grito "pelao", a medio metro de la caja.
YO: ¿No has oído el comentario? Coge las tizas.
ÉL: ¿Qué comentario?
YO: El de la **** de la caja diciendo:
"diez tizas menos, diez tizas menos". A VER SI AHORA ME LO DICE A MI EN LA CARA, PORQUE SE VA A TRAGAR LAS DIEZ TIZAS, UNA POR UNA, MIRA POR DÓNDE.
(Silencio, silencio, silencio)
MAMÁDEPENDIENTA: X€, por favor.
YO: Disculpe, ¿la del comentario de las tizas ha sido usted... o alguna señora de la cola?
MAMÁDEPENDIENTA: No sé, no sé de que me habla...
YO: Ya! (ceja en lo alto y cara de:
perrajudía, te has columpiado no sabes tú hasta qué niveles)
Mamádependienta agacha la cabeza y las bebédependientas subordinadas corren despavoridas al final de la tienda. El Señor Calamar suspira resignado. Salimos.ÉL: ¿Era ella, no?
YO: Qué cobarde, llega a responder y se traga las tizas una a una... mira cómo ha agachado la cabeza la muy... ¡cómo si tuvieran ahí la decencia de retirar las tizas rotas para que no se las lleve el cliente que venga detrás! Espérate que todavía le voy a dejar un mensajito, con tizas de colores, en la pared de la entrada.
ÉL: Ha sido un mal día... vámonos a casa, anda... ejem... mira, ehhh... un perro... eehhh, ese ¿de qué raza es?
¿Un pitbull francés? (raza que creo que no existe, excepto en la cabeza del
Señor Calamar)
YO: Un
bulldog, a secas... pero no se me ha pasado el enfado.
ÉL: Ya, pero es que tampoco quería que te pusieras a estampar tizas contra un escaparate...
No dudo que haya buena gente en Madrid, incluso gente buena... es más incluso gente espléndida, excepcional. De hecho, yo conozco alguna. Pero hoy no me he topado ni con una sola de ellas. Al final el tiempo siempre le da la razón a aquel que dijo: