Álvaro
He venido a bailar a la playa del norte.
Me descalcé en la orilla
y abrí los brazos alto, abrí las palmas
y yo no sé bailar,
abrí mis manos y tarareé el sirtaki,
la canción ideal que me iluminó el mundo
cuando aprendí a escribir como se ama.
He venido a la playa otra vez solo,
he bailado sin música en la orilla,
para el mar otra vez, este viejo sirtaki,
esta luz sin barrera que no quiero olvidar.
Y sonreí bailando torpemente,
saltando con los pies mojados,
chasqueando los dedos, creo que aún borracho,
mientras el día azul se me abría despacio
sobre el enigma lento de las olas.
Para eso he venido.
Soy hombre. Moriré y estoy bailando.
Antes de regresar al agua que no baila,
antes de ser sin voz ni pensamiento,
quiero bailar, llorar y enamorarme,
follar, comer, dormir, mirar al sol que sale
como hace el hombre cuando ha comprendido
que la salvación no es un baile,
pero baila.
Mi pie roza una roca.
Sella un pacto de sangre con el mar.
Así sea. Pronuncio
uno por uno el nombre de aquellos que he querido
y permanezco aquí, presente para siempre,
dentro de mi poema que amanece,
con mi felicidad ridícula y eterna
y con mi mar del norte de veintitrés años.
(Álvaro Tato, Si el Silencio)

Ahora tu cumpleaños se convierte en el presagio de los años que ya no puedes cumplir; del tiempo que ha pasado desde que todo se detuvo; de las cosas que ya no compartimos pese a encontrarte en todas partes.
Se hace difícil dar las gracias por todos los recuerdos, que dejaste. Por todo aquello que aprendí a tu lado. Por todos los momentos, que siguen siendo tuyos, aunque ya no estés aquí…
Eternamente 21.
Gracias a todos los que ponen una sonrisa en mis días difíciles.
IMAGEN: Chema Madoz